Para los no iniciados, haré un rapidísimo resumen de por qué llegamos a este post: el Valencia Club de Fútbol está en venta después de una serie de ayudas públicas y de rescates bancarios en forma de créditos que han acabado derivando en que los acreedores quieren quitarse el marrón de encima. Y se han encontrado con un presidente batallador, de indudable sentimiento valencianista pero no por ello disimulado apego al cargo, que con un discurso basado inicialmente en la explicación de las condiciones de dicha venta ha acabado azuzando a su masa social hacia conductas más propias de la guerrilla que del mundo civilizado.
Como en la mayoría de los órdenes de la vida, odio generalizar, porque me cabrea que lo hagan conmigo o con mi profesión. Pero aquí no se libra nadie del momento al que hemos llegado. Empezando por nosotros, los periodistas. De los que empiezo a hablar para que nadie me acuse de que escurro el bulto de la responsabilidad.
Existe una rama en el periodismo que ha bebido de las fuentes de trabajo de José María García y José Ramón de la Morena. Dos indudables referentes en la comunicación, pero ambos instigadores de guerras personales entre compañeros para conseguir una noticia o un protagonista como si escuchar antes en una emisora que en otra a un futbolista que habla con tópicos fuera a cambiar el orden mundial. Ellos, además, instauraron las peleas personalistas en antena, a la vista de todos, donde para escuchar a uno debías tomar partido en contra del otro. Y comenzaron a generar odios absurdos entre personas que compartían hasta entonces el amor común a unos colores.
No hace falta que diga que en Valencia esto ocurre desde hace mucho tiempo. Con mayor o menor razón por parte de unos u otros, pero sin darnos cuenta de un aspecto: aunque nos encantaría, la audiencia del fútbol tiene una parte demasiado popular. Hay mucha gente culta, pero también mucha otra con un índice social menor que solo puede manifestarse conjuntamente en un recinto deportivo y que hace de su sentimiento algo representativo de su vida diaria. Son personas muy permeables y, en ocasiones, fácilmente inflamables.
Y no hablo ya de atizar a presidentes o mandatarios. Somos responsables de criticar a futbolistas que aunque lo merezcan reciben calificativos que pueden generar animadversión hacia ellos. Y a veces se encuentran con situaciones violentas, incluso con sus familias presentes. Héctor Cúper sabe perfectamente de lo que hablo.
Dicho esto, y entonado el mea culpa, pasemos a analizar a los tres agentes restantes en la ecuación. Comenzando por Amadeo Salvo. En un arranque que debería haber presidido el fútbol español hace tiempo quiso exponer con luz y taquígrafos el proceso de venta del club, pero como siempre ocurre en estos casos se le calentó la boca. Y un fondo de discurso muy bueno se diluyó en tres bravuconadas de chulería que tiraron por tierra cualquier atisbo de credibilidad. Y llevaron a varios imbéciles a amenazar a periodistas en Mestalla, en las redes sociales e incluso por teléfono. Y a pintar oficinas de Bankia. Algo que seguro que no hicieron cuando les cobraron comisiones ilegales o, incluso, estafaron a sus padres con preferentes. Me decía un ex futbolista que no es lo mismo, porque el fútbol es un sentimiento. Yo le contestaré que la familia también lo es. Y en esta sociedad mucha menos gente ha pasado a la acción cuando le han robado el pan de sus hijos de la que se ha manifestado cuando iba a desaparecer su equipo de fútbol.
El tercer gran culpable es la Generalitat Valenciana, dicho sea de paso jaleada hasta hace bien poco por los votos casi unánimes de los ciudadanos de la región. Nadie les protestó cuando ayudaron con dinero público a los clubes de fútbol (a todos, sin excepción. A unos más y a otros menos, pero recalificaciones y patrocinios han recibido todos), pero ahora están en un callejón sin salida. Primero, por creerse que pueden colocar a quien les dé la gana en una empresa privada como un club deportivo para que dilapide un dinero que luego han pagado los valencianos. Lo hicieron con Juan Soler, de quien no hace falta rememorar su nefasta gestión. Probaron con Federico Varona, que les salió rana ipso facto. Y al final apostaron por Salvo y Aurelio Martínez, tan distintos en sus métodos y su vida personal que ni se hablan y han sido incapaces de seguir la expresión de mi amigo José Manuel 'caga o sal del váter'. O lo que es lo mismo, arregla el Valencia o vete.
Y por supuesto, no voy a dejarme a Bankia. Primero, porque me rebelo ante el rescate que los españoles hemos pagado para que siga funcionando (muy mal, por cierto) y aun así no ayude a las personas, sino más bien las maltrate. Tengo ejemplos cercanos, no hace falta que me lo cuente nadie. Segundo, porque una entidad de ese calibre no debería entrar en juegos como los que le ha planteado el presidente del Valencia. O vende o no vende. O refinancia o no refinancia. Pero medias tintas evidencian que lo único que pretende es seguir ganando dinero a costa del Valencia. ¿Ganando dinero, si le deben 220 millones? Sí. Cuando colocó a Llorente 'vendió' que solo se pagarían intereses durante un determinado tiempo, pero curiosamente varios años después ha cobrado 90 millones en intereses y la deuda es la misma. ¿Ha sacado provecho? Todo.
Siento decir esto, pero las guerras personales, el apego al poder, la inconsciencia política y financiera y la combinación de todo ello con los sentimientos de unas personas que solo pueden identificarse grupalmente mediante un club de fútbol han llevado a esta situación. De la que, creo, no se va a salir fácilmente. Y luego los periodistas condenaremos las amenazas. El club dirá en privado que su mandatario se equivocó en las formas. El Gobierno, como siempre, escurrirá el bulto. Y el banco argumentará que pide lo que le pertenece. Pero la realidad es la que hemos creado. Y todos somos responsables de ella, más allá de que haya un número indeterminado de tarugos mentales que aprovechen la coyuntura para dar rienda suelta a su necesidad de violencia.
David Blay | @davidblaytapia | Periodista | @PasarelaCom y @SonidoOnLine