El amor no mengua
Sus manos, arrugadas,
por los años maltratadas,
su pelo acariciaban,
dulcemente se deslizaban.
Finas y tersas, estuvieron,
admiradas y deseadas, fueron.
Hoy, como ayer, amor desprenden.
¿Quienes son los que las reprenden?
Los años, ¿el amor menguan?
No seáis ciegos, lo aumentan.
Sinto petit 14/04/2012 madrugada
El atardecer empezaba a imponer su presencia. Un cielo azul muy suave, donde habitan unas cuántas nubes de diferentes tonalidades, predominando los anaranjados. Todo están en medio de un caluroso verano, una corriente de aire fresca suavizaba el calor que el sol había dejado durante el día. Margarita, miraba hacia poniente. Ojos quietos y mirada fijada en el punto donde el sol se estaba escondiendo, o fundiéndose con el horizonte, como le gustaba decir a ella. Decía que esta imagen, que esta luz, la transportaba a otros días de su vida. 18 de julio de 1936, “ALZAMIENTO NACIONAL”, pocos días después, su marido fue apresado. Encarcelado, maltratado, fusilado y echado al hoyo de la fosa común. ¿De qué lado estaba?, ¿quién lo encarceló, ¿quién lo fusiló? ¿Le devolverá la vida, a Pau, el hecho de saberlo con claridad? En una guerra civil, quienes la organizan, sólo miran por sus intereses, sean de un lado o del otro, y envían a matar, a matarse, a inocentes, hermanos contra hermanos, padres contra hijos, amigos contra amigos, los cuales no tienen más opción que disparar y matar, matarse, estén o no de acuerdo con los que mandan y con la “razón”, que estos tienen, para emprender la guerra.
En la guerra “no gana nadie, todos pierden” tal como dice Lluís Llach en su canción:
… ¿Quién venció?
¿Quién de los hierros forjados por las bombas
hizo un pueblo nuevo?
¿Quién venció?
¿Quién encima de tantos cuerpos chafados
levantó aquella casa para todos?
¿Quién venció?
¿Quién de la cama se levanta con el derecho
de ir por la calle sin tener miedo?
¿Puedes decírmelo tú?
¿Puedes decírmelo tú?
Sabes que nadie.
Todos hemos perdido;
todos somos vencidos.
(Respóndeme – Lluís Llach)
Tranquila, sosegada, pero triste, estaba sumergida en los cincuenta años que había vivido desde aquellos días. Una hija y un hijo le quedaron de toda su vida de casada. Una casita. Tierras, pocas, incluso, algunos familiares del marido muerto le robaron tierras de cultivo. Miseria, hambre y hacer de padre y madre de dos criaturas de cuatro y siete años, en la posguerra, fue toda la herencia importante.
Deja que el sol acabe de fundirse con el horizonte y dirige la mirada a sus manos. Las giraba y volvía a girar. Cuántas horas cosieron, o fregar el suelo, lavar la ropa al lavadero municipal con agua fría, casi congelada, en pleno invierno. Cuanto pan reseco y duro desmenuzó para ponerlo a hervir con agua clara, una buena cena, las sopas de pan, una delicia cuando no hay nada más. Aquellas manos que habían sido lisas, fuertes, que acariciaron la cara y la cabeza de Pau, y ahora… temblorosas, llenas de arrugas, manchas y callos, manos deseosas de acariciar y ser acariciadas.
Junto a la ventana, desde donde miraba, una cómoda con un gran espejo encima. Se levanta de la mecedora y se pone ante el espejo. Este le mostraba la cara arrugada, los ojos rodeados de pliegues y la mirada triste, lejana, testigo de la melancolía que la tiene encadenada a un estado de hundimiento, del que intentaba salirse pero que no sabía como hacerlo.
También, el espejo, le mostraba su peinado, aquellos cabellos que nacieron pelirrojos y que gracias a un sarampión cayeron y salieron otros, pero negros. Los observaba y volvía a observar. Los recordaba cuando disfrutaban de aquel color negro, o castaño oscuro y que le cubrían los hombros. Que cuando corría el viento, acariciándolos, se movían sinuosamente y parecía que decían: “acaríciamelos” “bésamelos”. Pero, en aquel momento, habiendo pasado los años, el color, de sus escasos cabellos, estaba entre el blanco y una gama de grises, aunque, al moverse, siguen diciendo: “acaríciamelos” “bésamelos”.
Todavía ante el espejo, y viéndose su cara reflejada, dos dedos hacía deslizar por los labios que estaban sin pintar. Siempre le habían dicho que invitaban al beso. Pensaba, hace años que sólo los utilizo para llenar de besos a los niños: nietos y bisnietos, y como no, el cristal que protege la fotografía de Pau en el portar-retratos que tiene encima la mesilla de noche, junto a una pequeña lámpara que mantiene encendida permanentemente. Noche tras noche, se sentaba en la cabecera de la cama, justo ante la fotografía de Pau, murmura una corta oración y, después, con una mirada triste y amorosa a la vez, tomaba entre sus manos la fotografía y le pide a Pau que, desde el lugar donde esté, les bendiga y les resguarde de todo mal. Le da un beso, se estira en la cama, intenta dormir, descansar, y con un último pensamiento “que mañana no sea peor que hoy” cierra los ojos.
En un lugar extraño para ella, pasa los días provisionalmente. Una cuidadora muy joven, para que no esté triste mientras llega el hijo, que pasa a su lado la mayoría de horas del día, bromea con ella para hacerle reír. Pero ella cree que se burla y le dice “No te rías de mis duelos, cuando los míos serán viejos, los tuyos serán nuevos”. No pensaba que con casi 99 años, sus duelos ya eran viejos. Una buena mañana se cansó de vivir y decidió iniciar el camino en busca de Pau, ya era la hora, dijo.
No, el amor no mengua con los años, ni hay que buscar culpables, ni ganadores, ni perdedores. Sólo quién AMA, nada ha perdido, a nadie ha vencido y no encuentra culpables en ninguna parte. Tan sólo cree con la existencia de seres humanos a los cuales AMAR y ser AMADOS, porque nada es posible sin AMOR, ni siquiera la misma vida.
Sinto Petit | @sinto_Petit | Ganador del I concurso de Tuit-Relatos de Hortanoticias