Me gustaría saber qué pensáis vosotros, pero lo cierto es que a mí me ha hecho mucha ilusión ver mi nombre en el envase de una de las marcas más conocidas del planeta Tierra y la segunda más valiosa del mundo por detrás de Apple.
Recientemente, he leído algún que otro artículo en contra de la campaña de branding de Coca-Cola, pero yo no tengo más que halagos, la verdad. Para mí ha sido excepcional. Millones de niños adornan hoy sus habitaciones con las latas que vinculan el logo con su nombre (con alguna pequeña excepción), el del chico o la chica que les gusta, el de personas especiales para ellos.
La campaña me encanta, la verdad. Me parece muy efectiva. No descubre nada nuevo ni innova en cuanto a concepto. No hace un gran despliegue de creatividad, pero es innegable que ha conseguido conectar con los consumidores, hacer que la gente rebusque entre las latas para llevarse la suya y, de paso, llevarse algunas con los nombres de los que quiere. Vamos, que les ha salido redonda la jugada. Todo un éxito de ventas.
Lo que más me gusta de todo esto es que la lata de Coca-Cola nos recuerda quiénes somos. Al utilizar un estímulo neutro, ambiguo en cuanto a su significado, es el propio consumidor el que aporta cualidades a la marca. Dicho de otra forma, cuando yo leo “Beatriz” automáticamente le añado unas cualidades y atributos que de por sí no tiene el producto. Es como si rellenáramos la lata de Coca-Cola con nuestra esencia. Si la lata pone el nombre, nosotros le damos los apellidos, la humanizamos con sentimientos, proyectamos nuestra esencia sin querer.
También es cierto que habrá ciertas latas que no bebamos ni de coña, que nos den “asquito” en función de si nos recuerdan a cierto jefe, una ex novio o un profesor sin escrúpulos. Pero basta con apartar esa lata y coger otra.
Nuestro nombre y el de nuestros seres más allegados tiene que ver con nuestra esencia, conecta con nuestras raíces más profundas: lo que somos, lo que queremos ser, hacia donde vamos y de lo que huimos. Y eso es lo que a mi me gusta de esta campaña y de la lata de Coca-Cola, el hacerme sentir única por un momento, querida por mi gente y querida también por mi misma.
En España hemos podido ver recientemente campañas similares por parte de otras marcas como Nutella, que permitía personalizar los botes con nombres o Renova, que permitía incluir un mensaje personalizado en las servilletas de papel. Pero, lo de Coca-Cola es otra cosa, es como recordar a la gente quién es cada cual. Tanto es así, que ha llegado, incluso, a recordarle a Pepsi quién es y qué lugar ocupa como marca de la competencia.
Yo siempre he sido de Coca-Cola, pero ahora cuando voy al supermercado y veo en los palets y en las estanterías todas las latas amontonadas con un montón de nombres exhibiéndose pienso que todas esas latas pueden cambiar la realidad de muchas personas simplemente llamándolas por su nombre.
Veo esas latas y salgo por un momento de la marca para volver a lo humano y conecto con una identidad común que, definitivamente, es muy enriquecedora emocionalmente.
Me gusta que la lata de Coca-Cola me recuerde quién soy. Me gusta que la lata de Coca-Cola nos recuerde a todos lo especiales que podemos ser.
Bea Muñoz | @BeaMunyoz | Periodista y gestora de redes sociales | Colaboradora en el blog Comunicación de Resistencia