Compromiso, amores gastados y frío nuclear

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Estrenó, con una sala al completo, el teatro Olympia ‘Los hijos’ (‘The children’, en su original de 2016), de la británica Lucy Kirkwood, bajo adaptación y dirección de David Serrano, precedida de una notable repercusión desde su llegada a los escenarios. Su línea de historia, para situarnos por dónde van sus átomos fusionados, se mueve sobre el siguiente arco: el matrimonio formado por dos ingenieros nucleares (Hazel, interpretado por Susi Sánchez; y Robin, en la piel de Joaquin Climent) reciben la visita de Rose (Adriana Ozores), una vieja amiga, y destacada física nuclear, a la que no ven desde hace más de tres décadas. El matrimonio vive a las fuera de un pequeño pueblo, en una casita de campo, ubicada en el borde de una zona de seguridad que les permite sobrevivir de la peligrosa (y radioactiva) Zona 0 de la central nuclear en la que trabajaron, y prejubilaron, y que debido a un calentamiento de su reactor provoca una gran explosión dejando su dañina radiactividad liberada.

Hasta acá la situación y los personajes en juego.

Una imagen de la obra.

Entremos en fusiones y fisiones: Los tres personajes sobrepasan la barrera de los sesena años, los tres personajes fueron responsables de poner la central nuclear en marcha, los tres personajes abordan la situación desde ópticas distintas y los tres personajes, desde el reencuentro, comienzan un peligroso juego emocional de fisiones (en términos metafórico) de bombardeo acusativos del pasado (entre ellos el de un largo affair entre Rose y Robin que el tiempo no ha cerrado). La explosión nuclear, allá lejos, trae al universo personal de los tres amigos culpas y responsabilidades propias que afectan al matrimonio, a los hijos del matrimonio, a la sociedad en la que viven y, en gran onda expansiva, al mundo entero.

Hay algo gracioso y a la vez revelador en la historia, que a nivel dramático es muy ilustrativo (quizás lo más acertado de los muchos temas que desea abordar y exponer): En las primeras escenas Rose necesita ir al baño, las limitaciones y precariedades de la casa hace que dispongan de dos: uno para las heces,  en el exterior, y otro para las micciones en el interior. Rose utiliza el baño interior asegurando que es para miccionar. Hacia el final de la obra sabremos que mintió, el inodoro queda obstruido y desborda. Rose, desde el principio miente, ha traído su carga tóxica, heces, a la casa. Su presencia es más radioactiva que los átomos de uranio liberados por el mundo.

Rose, volviendo a las fusiones, pide al matrimonio que se una para tapar la caldera del reactor. Lo están haciendo los jóvenes, la gente comprometida, los que quieren un mundo mejor. Ellos, los viejos (los nuevos Dorian Gray adaptados a mundo mejor y responsable), tienen el compromiso de hacerlo, por el futuro, por los hijos, por el planeta. Ahí quedamos. Robin acepta mientras limpia las cacas de Rose (su personaje de perfil bajo y el cáncer que lo consume lo llevan a redimir su pasado); Hazel, se lo piensa, es más pragmática pero hace yoga para encontrar su equilibrio y decidirse, ella aún quiere vivir entre sus contradicciones éticas y responsabilidades y Rose…, ella ya está jugada. Llegó a soltar su carga, a exponer sus alegrías y frustraciones pasadas y a saldar cuentas con el pasado. Ahora le tocar tapar el reactor como muestra de su compromiso.  La reacción en cadena concluye y…, el mundo sigue su marcha.

Bien planteada escénicamente, la acción transcurre en una sólida recreación de una casita muy limpia de elementos y austera para su dramaturgia, la función actoral, donde brillan los silencios, las interrogantes suspendidas, el peso del pasado y la responsabilidad futura, hacen que las interpretaciones (quizás por decisión de Serrano) se hagan gélidas y distantes como las chimeneas de enfriamiento de una nuclear. El triunvirato actoral intenta dar vida a unos personajes en constante choque y acercamiento pero una fría distancia acaba estableciéndose entre la butaca y el proscenio.  Incluso este cronista no termina de entender, en la versión española, por qué razón si la obra se sitúa en una supuesta localidad británica y los personajes se llaman Rose, Hazel y Robin (y emplean ‘libras’ para pagar) utilizan expresiones tan castellanas en las discusiones como ‘¡joder!’, ‘¡coño!’…, en fin…; será para que, como espectadores, estemos más cerca del texto y su discurso. ‘Los hijos’ trae una interesante propuesta de mirada hacia el mundo y de compromiso personal aceptable aunque…, su distopía y su subtexto de compromiso no conforme ni a Greta Thunberg ni a sus detractores.

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