La belleza teatral de la fealdad

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El actor, director y dramaturgo Manuel Valls ya dejó constancia de su filiación por el universo freak; en su anterior trabajo (‘Las hijas de Siam’), estaba patente el sello de la crueldad y monstruosidad del ser humano al retratar la vida y ventura de un decadente circo, allá a mediados del siglo XX, con su galería de personajes disformes. Ahí, en aquel texto, el nombre de Julia Pastrana ocupaba un puesto entre la lista de ‘fenómenos’ a destacar entre los monstruos surgidos de la naturaleza. Ahora, Valls, quiso darle protagonismo a la ‘mujer simiesca’ en su nuevo espectáculo, ‘La mujer más fea del mundo’.

La obra parte de hechos históricos y documentados: la vida de Theodore Lent, pupilo adoctrinado por el atroz Phineas Taylor Barnum (sí, aquel empresario filibustero creador del Barnum's American Museum), que encontró su gran oportunidad para convertirse en un hombre rico al explotar, sin escrúpulos, su gran conquista, Juliana Pastrana. Considerada como una atracción monstruosa, sufría de hipertricosis y deformidad facial, Pastrana fue objeto de la más brutal de las manipulaciones por parte de Lent al ser exhibida como un engendro de la naturaleza. Julia, autodidacta en su educación, disponía de una voz dulce y clara (según algunas crónicas), que le sirvió (y mucho), como reclamo de sus cualidades artísticas, pero…, las intenciones de su manager (y marido por compromiso) basaban la relación en el lucro crematístico de su deforme compañera.

Manuel Valls, J.Carlos Garés y Lucía Aibar, protagonizan la obra 'La mujer más fea del mundo'.

Valls plantea los hechos históricos con claridad y buen uso en el contexto dramatúrgico de su obra pero…, ‘La mujer más fea del mundo’ sube muchos peldaños al tejer una historia cruda, de fuerte contenido social y notable paralelismo con el mundo freak y posmodernista que transitamos. Parte, en la labor interpretativa asumida por Valls, con dos magníficos compañeros de escena: Lucía Aibar (excelente en su papel de Pastrana) y Juan Carlos Garés (soberbio en el papel de Barnum y sus desdoblamientos de personajes).

Acierta Valls al plantear los hechos como una crónica narrada por los personajes, permitiendo que el texto sirva como un puente elevadizo que une y separa al espectador de los temas que fluyen por el corpus dramático (hay algo de Brecht como pozo), y…, esa ‘complicidad’ narrativa oxigena la potente carga de la historia. Se agradece la gran labor escenográfica creada por Luis Crespo, da sentido, funcionalidad y carácter orgánico al conjunto del relato. Toda la elaboración es impecable y tanto Arden Producciones como La Penúltima Teatre y Dacsa Producciones muestran el alto nivel de trabajo que puede darse en las compañías valencianas. Hay que felicitar el trabajo del trío actoral por la credibilidad y la honestidad de su labor en escena (es una gozada oír la voz de Aibar en las habaneras), y aplaudir la propuesta de Manuel Valls por reflejar (con humor, cariño y crudeza), un mundo de desiguales en donde el horror no viene de sus seres atróficos, sino de verdaderos monstruos que esconden su Hyde tras la apariencia del Dr. Jekyll. Tod Browning aplaudiría sin cesar esta pieza teatral. Vayan a Sala Russafa, Lent, Pastrana y Barnum les esperan.

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