Leí una vez que en vísperas de la Segunda Guerra Mundial un sabio previó la inminencia del conflicto. El hombre intentó huir de la que se avecinaba y buscó una recóndita e ignota isla del Pacífico para vivir allí al margen de una guerra generalizada. Eligió Guadalcanal. Lo que no podía prever es que allí se desarrollaría durante seis meses una de las batallas más sangrientas de toda la contienda.
Me he acordado de la anécdota tras la brutal masacre de París. Por desgracia, para escapar del terrorismo yihadista no basta con evitar viajar a los escenarios bélicos del islamismo, sino que éste puede atentar en nuestra propia casa. Ocurrió en Nueva York en 2001, en Madrid en 2004, en Londres en 2005 y en París ahora.
Por eso, no tiene sentido acobardarse ante el último atentado y permitir que altere nuestros proyectos, nuestras ilusiones y hasta nuestro proyecto de vida. ¿Viviremos, a partir de ahora, amedrentados y encogidos en espera del siguiente ataque, con lo que los terroristas ya nos habrían ganado la partida, o trataremos de ser aun más libres, dando un ejemplo de sociedad vital, abierta, plural y tolerante?
Escribo esto cuando unos amigos acaban de cancelar un viaje a Bruselas que llevaban meses preparando con ilusión, alarmados ahora por las medidas antiterroristas en aquella ciudad. ¿Es que hay más peligro en Bélgica hoy día que en Guadalcanal en 1942?
Creo sinceramente que no. Esta reflexión vale también para el hundimiento de la economía de Egipto, Túnez y otros países, basada en un turismo que ha huido en masa de aquellos lugares ante las amenazas terroristas. ¿Es que ha habido allí más víctimas del yihadismo que en los países occidentales? Al contrario. Pero la mayor victoria del terrorismo ha consistido en arruinar y aislar a los países islámicos moderados y democráticos por culpa del síndrome de Guadalcanal de los atemorizados ciudadanos occidentales.
Eso es algo que, por nuestro propio bien, deberíamos impedir a toda costa.
Enrique Arias Vega | Escritor, periodista y economista | @enrarias