El MuVIM dedica una exposición a Elena Francis

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El MuVIM acoge la exposición ‘Elena Francis. Franquismo y subordinación de la mujer’ una muestra que complementa el ciclo expositivo ‘Franquismo y resistència’ del museo, conformado por otras dos exposiciones dedicadas a la campaña de los ‘XXV Años de Paz’ y a la actividad en el exilio francés de los intelectuales y artistas reunidos en torno a la editorial Ruedo Ibérico.

Cartel de la época.

Según la diputada del MuVIM, Gloria Tello, “el MuVIM siempre presta atención a la situación de las mujeres, al punto de vista femenino de las cosas, habitualmente olvidado en los discursos hegemónicos. Esta exposición nos permite reconstruir el ambiente opresivo en el que vivieron aquellas mujeres consideradas eternas menores de edad, siempre necesitadas de tutela masculina. Algo que ahora nos parece inaudito e inadmisible y entonces parecía de sentido común. Es, por tanto, una exposición absolutamente necesaria, porque no se puede entender adecuadamente el franquismo sin conocer lo que supuso, en cuanto a retroceso personal y social, para todas las mujeres de la época”.

Por su parte, el jefe de investigación del museo y comisario de la muestra, Marc Borràs, la muestra “quiere llamar la atención sobre el papel subordinado al que el régimen condenó a las mujeres, revirtiendo los avances legislativos conseguidos anteriormente (la Ley del Divorcio de 1932, el matrimonio civil, los derechos de sociedad conyugal, el derecho a voto) y limitando la situación jurídica de la mujer, sobre todo de la casada, que se vio en una posición totalmente supeditada al marido, convertido en su representante legal y al que tenía la obligación legal de obedecer”.

Durante 34 años consecutivos, millones de mujeres españolas encendían la radio por las tardes y se sentaban a escucharla. Una dulce y parsimoniosa voz femenina les daba la bienvenida y contestaba con un idiosincrático “querida amiga” a las cartas que innumerables mujeres atormentadas enviaban, pidiendo consejo, a la emisora. En principio, el Consultorio para la mujer de Elena Francis nació en 1950 como un programa de Radio Barcelona patrocinado por el Instituto de Belleza y Depilación Francis. Es decir que era en realidad una añagaza comercial que, bajo la especie de consultorio sentimental, pretendía ofrecer consejos de belleza promocionando productos de la marca Francis. La idea no era nueva: seguía la estela de programas anteriores con formatos similares, como Radiofémina o Ella, Revista Femenina Literario-Musical, también de Radio Barcelona.

Pero el éxito del programa fue tan grande que lo que en principio era sólo un señuelo publicitario (responder a las demandas de las oyentes) acabó convirtiéndose en el verdadero eje central del programa. Y es que el consultorio de Elena Francis fue mucho más que un espacio que ofrecía “guía y consuelo” para “innumerables mujeres atormentadas por diversos problemas que, afortunadamente, ven resueltos gracias a las bondadosas indicaciones y acertados consejos que en él les proporciona Elena Francis”, como se daba a conocer el programa: acabó siendo una formidable máquina propagandística del franquismo. De sus principios doctrinales y sus fundamentos nacionalcatólicos, a los que debían amoldarse las mujeres españolas “de bien”. Un aparato propagandístico formidable porque hacía uso del medio de comunicación más masivo de la época: la radio.

Un adoctrinamiento para la sumisión

Pero Elena Francis, como la Mercedes Fortuny de Radiofémina, nunca existió realmente. El personaje (su filosofía de vida) fue una creación sobre todo de Àngela Castells, que marcó el tono y las directrices ideológicas durante los primeros años, siempre en consonancia con los fundamentos ideológicos de la Sección Femenina de la Falange y los principios religiosos de Acción Católica, grupos con los que estuvo estrechamente relacionada a través del Patronato de Protección a la Mujer, institución franquista con la que colaboraba y que trabajaba para la “dignificación moral de la mujer”. Después de Castells vinieron otras mujeres guionistas hasta que, en los últimos 18 años de vida del programa, un hombre (Juan Soto Viñolo) fue el responsable de redactar los consejos y los reproches que la “querida señora” hacía a sus oyentes femeninas.

Dignificación moral de la mujer significaba, en el lenguaje franquista de la época, prepararla para ser una buena esposa, una madre atenta y una católica devota, adiestrada para obedecer siempre a la autoridad, fuera ésta paternal, marital, política o religiosa. “Las Secciones Femeninas, respecto a sus Jefes, tienen que tener una actitud de obediencia y subordinación absoluta. Como es siempre el papel de la mujer en la vida, de sumisión al hombre”, se afirmaba en la revista Medina, de la Sección Femenina de F.E.T. y de las J.O.N.S., en enero de 1944. “Usted por encima de todo, hasta por encima del cuidado de la casa, se debe a su marido”, respondía unos años después Elena Francis a una de sus corresponsales.

Resignación, querida

Son innumerables los consejos que la dulce voz de Elena Francis repartía a su público fundamentalmente femenino insistiendo en ese principio de sumisión incondicional de la mujer al marido. “Le aconsejo que procure complacer a su esposo aun en los más pequeños detalles, no le lleve la contraria y haga lo que él desee”, contestaba a otra mujer que le escribía apesadumbrada por el comportamiento errático de su cónyuge. Porque, pasara lo que pasara, la mujer española “como Dios manda” debía “hacer de su hogar el estuche en que destaque el esposo y salgan hijos de provecho”. Y es que, según el ideario franquista que Elena Francis tanto contribuía a difundir, el destino de la mujer, además de esposa fiel y servicial, era “el de ser madres, y las madres tienen la exclusiva del dolor y del sacrificio en pro de los suyos”. “Una madre de veras lleva la cruz a cuestas”, sentenciaba la consejera sentimental más famosa de la posguerra. “Estas líneas, decía a otra mujer que escribía aturdida por las infidelidades del marido, se las he puesto para que tenga resignación, pues el matrimonio es una cosa muy seria, siendo un lazo de unión tan grande que es imposible romperlo. Mucha resignación, querida. Rece y pídaselo a Dios, que él no la dejará de su mano”.

Porque deber de la mujer era también mantener firme el timón del matrimonio, a pesar de las debilidades o infidelidades de los esposos, que nunca eran responsables de su comportamiento desleal, porque, aseguraba Elena Francis, “la desgracia de una mujer es siempre otra mujer”. El hombre podía ser físicamente mucho más fuerte que la mujer, incluso “cerebralmente”, pero “sensitivamente” no: “el hombre es un niño grande al que se le engaña con facilidad”, decía la señora Francis, a la que no ofendía en absoluto “lo que algunos hombres piensan de la mujer: lo que me ofende es la actitud de las de mi sexo que provocan estas opiniones tan desagradables. Y por eso he dicho antes que nosotras tenemos la culpa”.

Olvide y perdone

Así pues, si el marido era infiel, era la mujer la que debía echar mano de “táctica y paciència” para conseguir que volviera a su lado. Incluso cuando el marido se paseaba altanera y despreocupadamente del brazo de la amante, Elena Francis recomendaba altas dosis de cristiana resignación: “si les vuelve a ver juntos no se altere, haga como si tal cosa y ofrezca al Señor ese sacrificio”, recomendaba a una radioyente. Y si, cansado de su aventura extramarital, el hombre volvía finalmente a su lado, la mujer nunca debía echarle en cara nada en absoluto: “ábrale los brazos, no le haga reproches, olvide y perdone, y vivan el resto de sus días felices”, recomendaba a una oyente; “no debe maltratarle de palabra ni mostrarse dura con él”, le decía a otra. Al fin y al cabo, a los hombres, emocionalmente inmaduros, “les gusta conquistar”.

(Tan solo) Un pequeño gemido por tu parte

En aquellos primeros años del franquismo, el adocenamiento y adoctrinamiento de la mujer en el principio de subordinación absoluta al varón llegaba a tocar los extremos más íntimos de la vida conyugal: “si tu marido sugiere la unión”, decía una guía para el matrimonio de los años 40, “entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer; cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar”. Elena Francis, por su parte, reprendía a una mujer que se declaraba dispuesta a todo con tal de conseguir la atención del hombre al que amaba: a los hombres, aseguraba la consejera radiofónica, no les gusta que “se lo den todo hecho. Como mujer no le agradaría en absoluto que, para conseguir el cariño del hombre amado, hubiera tenido que destocarse del casto y misterioso velo espiritual del pudor femenino”.

El acceso a la exposición, que se puede visitar en la Sala de la Torre del MuVIM, es gratuito. Solo hay que informarse en el Punto de Información situado en el vestíbulo del centro.

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