“He de poner un lucero en el tejado de tu casa, para que, cuando yo muera, el AMOR no pase de largo.”
Sinto petit 27/01/2014
Amada Emilia.
Media tarde, primavera. Salí a pasear con tu recuerdo que, incesantemente, insiste en estar dulcemente presente en mí. Pasear por la alameda hace que te sienta muy dentro de mí, agradablemente.
Mis primeros pasos bajo los árboles y observaba como la luz del sol se iba abriendo paso por los pequeños espacios entre las hojas, creándose una luz tenue, pero más que suficiente, para alumbrar todo el paseo. Los primeros bancos de madera carcomida, permanecían vacíos, transmitiendo una sensación de como si quisieran que la gente no se sentara en ellos y caminaran unos cuantos metros más, que si estaban en la alameda era para pasear y no para inmovilizarse en el primer banco que encontraran.
No sé si fue ese el mensaje que recibí de los bancos, pero no quise quedarme y continué, despacio, por la alameda. Al poco tiempo, el griterío y jolgorio de un grupo de niños me hizo volver a este mundo, pues andaba sin saber que andaba, inmerso en tu recuerdo. No jugaban a los juegos de nuestra infancia. El del “escondite” pasó de moda, el de “Churro, media manga, mangotero.”, lo de la “peonza” o “estirar la cuerda” o lo del “salto de la cuerda” mientras se cantaba lo de:
“La chata Merengüela, güi, güi, güi,
como es tan fina, trico, trico, tri,
como es tan fina, lairó, lairó,
lairó, lairó, lairó, lairó”
Todos estos y más, quedan sólo en nuestro recuerdo. Con seis, siete y ocho años, y alguno más, sus juegos son muy distintos. Algunos de ellos se atreven con los juegos en la tableta o el móvil de su madre, que sentada en un banco, dice vigilarlo. Lo que no ha cambiado es esta alegría, esta vida que desprenden sus caras de seres llenos de inocencia y libertad, que la sociedad poco a poco les va quitando para convertirlos, al igual que hicieron con nosotros, en unos esclavos de la hipocresía y del mercantilismo.
Tuve que abrirme paso entre los niños, como si en la selva estuviera, pero con mucho más cuidado y sin machete. Ellos estaban sumergidos en sus juegos y no se daban cuenta de que me disponía a continuar mi camino. Buen, no todos los niños y niñas permanecían ocupados con sus juegos y travesuras de la edad. Una niña estaba sentada en el suelo, cubierto de hierba, al lado del paseo. La miré y me pareció ver unas lagrimitas en sus sonrojadas mejillas. Me acerqué a ella pensando que se había perdido o que quien le acompañara se hubiese ido. Con cautela, me fui acercando hasta que llegué a unos pasos de ella. No se inmutó, continuó cabizbaja y lloriqueando, casi en silencio. Me atreví a preguntarle con una voz serena, suave y segura. – ¿Qué te ocurre, preciosa?, le comenté. Nada, su reacción fue la de no decir ni hacer nada. Insistí cambiando la pregunta – ¿Puedo ayudarte? En esta ocasión levantó su cabecita y, con medias palabras, me dijo que no, y que, además, su madre le había dicho que no hablara con extraños. Al tiempo, oigo una voz adulta a mis espaldas -¿Qué hace usted con mi hija? – exclamó una mujer con voz enojada. Nada, le respondí. La he visto desde el medio del paseo, aquí, sola y sollozando, me preocupó y vine a preguntar para ayudarla si hubiese podido, ¿es usted su madre? – Si, lo es, es mi madre – gritó la niña, luego lo reafirmó la señora pero con un tono más distendido. Nos quedamos unos minutos hablando y pude entender que estaba enamorada de un niño que jugaba unos metros más allá, pero que él estaba con otra niña, que a ella no le hacía caso: Qué malo es el enamoramiento no correspondido, y más a esta edad, jajaja.
Dejé a madre e hija, una acariciando y la otra llorando desconsolada, continué mi paseo. Unos metros más allá, jóvenes con sus motos, alardeando delante de unas chicas de entre quince y dieciocho años. Ruido de motores, humo, agresividad juvenil y… bueno, no quise pararme. Continué alameda adelante. Matrimonios de cierta edad, estaban sentados en los casi últimos bancos del paseo. Comencé a caminar un poco más despacio, para poder observar a la gente allí reunida. Gente de sesenta a ochenta años, matrimonios, separados, divorciados y viudos, desgranando su vida y sus penas, que casi todo se resumía en que añoraban a sus hijos y que gracias a los nietos, revivían y se sentían útiles. No les molestaba tanto la soledad como el hecho de sentirse “no útiles”.
“No es la soledad la que me destruye, con ella me llevo bien. Nos amamos, nos respetamos, nos hacemos compañía mutua. Es el sentimiento de “ser inútil” para todo y para todos, lo que me destroza. Comprobar que nadie te tiene en cuenta para nada, es lo que me ahoga. El estar pagando el precio que cuesta ser sincero, el de no ser hipócrita, el de querer ayudar, y error mío, hasta cuando no les interesa tu ayuda, es lo que me revela”.
Esto es lo que esgrimía un viudo de 62 años que se había pasado la vida ayudando a los demás sin esperar nada a cambio, que se dejó media vida para dedicarla a los demás, siempre con la verdad por delante y, ahora, vive medio enfermo, solo y en el baúl de los no recuerdos, en el baúl del olvido. Triste es el “NO AMOR” en todas las edades.
Pero… se desvaneció aquella chispa de tristeza que casi se adueña de mí. En los últimos bancos, medio tapados por unos arbustos, parejas de jóvenes abrazados, besándose y… lo que cada cual quiera imaginar. Se notaba en el ambiente: amor, dulzura, cariño, delicadeza, planes de futuro… Me hizo resurgir de la angustia del “no amor”. Repasé mentalmente mi paseo por la alameda. Sin duda, en todo el recorrido se respiraba los fluidos del AMOR, aunque, en su momento, me dio la sensación de que era todo lo contrario.
Tu dulce recuerdo y lo visto y oído en mi paseo por la alameda, me hizo reflexionar sobre ti, sobre mí, sobre nosotros. Y es cierto: “El AMOR puede ser un dios, pues está en todas partes” también en y entre nosotros dos. Y… amándome tú, te amo.
Y, sin abandonar tu recuerdo, tranquilamente me encamino a mi casa. Relajado y feliz, me acostaré y me sumergiré en un profundo pero dulce sueño, dejándome poseer por gratos sueños donde tú eres la principal protagonista.
“Quiero estar, las 24 horas del día de toda nuestra vida, contigo.
Despierto: sintiéndote.
Dormido: soñándote”
#TuitRelatoHN2014
Sinto petit 17/12/2013
Un sentido abrazo. Unos suaves y prolongados besos. Unas dulces caricias.
Sinto petit 22/06/2016, tarde
Sinto Petit | @sinto_Petit | Ganador del I concurso de Tuit-Relatos de Hortanoticias