Carlos Aguilar: “Procuro implicar al lector como si el ensayo fuera una novela”

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Historiador cinematográfico, ensayista y novelista, Carlos Aguilar es infaltable a su cita anual con la edición de un nuevo trabajo. En esta ocasión, para cerrar y estrenar año, acaba de publicar ‘Cine de Terror 1950-1959’ (Colección Moviola), un completo y robusto ensayo sobre un género no solo muy apreciado por el autor, sino necesitado de análisis contextualizados dentro del séptimo arte.

Portada del libro.

Con el deseo de conocer algo más de ‘las tripas’ de este nuevo título, Carlos Aguilar nos revela el por qué de este decenio tan destacado del terror, al tiempo que nos comenta los aspectos más llamativos del género tanto por su valor histórico como estético.

Pregunta: Este ‘Cine de terror, 1950-1959’, surge tras otros libros de tu autoría tan diferentes como la novela ‘Los hijos de la furia y de la noche’ y los dos ensayos que dedicas a la relación del cineasta Julio Diamante con la música.

Carlos Aguilar: Sí, me encanta compaginar modalidades y registros, temas y géneros, siempre dentro de mis gustos, de mis preferencias, procurando cubrir huecos, diferenciarme en todos los sentidos. Así, ‘Los hijos de la furia y de la noche’ nace de cuánto disfruté escribiendo mi anterior y primer western, ‘Un hombre, cinco balas’; o sea, de una apetencia por aportar otro título en la nutrida literatura del género, similar al previo pero a la vez diferente. ¡Y no será el último! En cambio, 'Julio Diamante y el Jazz' y ‘Julio Diamante y el Flamenco’ reflejan la querencia de mi pobre amigo Diamante por estas dos músicas, querencia que desde luego yo comparto a más no poder. Modestia aparte, son los únicos libros que abordan la figura de un cineasta desde su vínculo con la música, y su apartado gráfico es fabuloso, gracias a archivos privados tan exclusivos como el del fotógrafo Paco Manzano y de la propia viuda de Diamante.

P.: Tu nuevo trabajo analiza el cine de terror de una década muy significativa, la comprendida entre 1950 y 1959; un período que muchos califican de ‘transición’. Tu obra parece vindicar este decenio como una nueva etapa del género tanto a nivel estético como sociológico, ¿qué valores encierra esta década del terror fílmico?

Carlos Aguilar durante una de las presentaciones de su nuevo trabajo literario acompañado por escritor Eugenio Rivera.

C.A.: Para responder tendría que resumirte ahora el propio libro… Pero sí puedo destacar que este decenio representa mucho más que una mera etapa de transición, entre el período pionero de los años 20/30 y el esplendor de los 60. Antes bien, la década de los 50 constituye para el cine de terror un bloque particular con categoría propia, de enorme interés en todos los aspectos y harto sustancioso, puesto que decaen una serie de enfoques o variantes e irrumpen o resucitan otros, a la luz de nuevas mentalidades y perspectivas. Y este nuevo libro mío se centra justo en desglosar esto, desde una pasión desembozada por el tema.

P.: Rostros como Boris Karloff, Lon Chaney Jr, Basil Rathbone o Bela Lugosi continuaron gozando de popularidad en aquel período, ¿quizás el hecho de que se mantuvieran bajos los costes producción hizo que el género se revitalizara?

C.A.: Probablemente. Pero a mí me gusta pensar, con ánimo romántico, que en realidad el terror quería volver a las pantallas, con base en su epíteto estallante, debido a un ansia feroz de desplegarse nuevamente ante su público natural, con dignidad y belleza, incluso orgullo. Y desde luego que lo hizo.

Ensayos dedicados a Julio Diamante.

P.: La edición del libro es impecable, como todos los que publicas, tanto a nivel de texto como de imágenes, ¿cuánto material gráfico descartas y cuánto aprovechas para la selección final?

C.A.: Verás, el libro partió del propósito de efectuar un recorrido exhaustivo sobre el género a lo largo de los años 50, abarcando desde los clásicos hasta decenas de películas menospreciadas, y cubriendo la producción a escala mundial (de Estados Unidos a Filipinas, de Inglaterra a Italia, de Japón a México, etc) bajo la debida contextualización sociopolítica. Por ende, requería un apartado gráfico que reflejara y potenciase todo ello. Así, hemos incluido fotogramas de películas y fotos de rodaje, carteles españoles y extranjeros, portadas de revistas y de libros, logotipos de productoras… Captar todo esto, y con altísima calidad de reproducción, supuso desde luego una labor ardua y fatigosa. Pero merecía la pena. A la postre no descartamos tanto del copioso material seleccionado, sólo un veinte por ciento aproximadamente. Al respecto, quiero señalar la contribución del gran Javier G. Romero, que además diseñó las cubiertas.

P.: En la actualidad muchos de los títulos que aparecen el en libro ya son obras de culto, ¿crees que dentro del género quedan obras por revalorizar?

C.A.: Bueno, espero que tras la publicación de mi libro ya no quede ninguna, jajaja. Ahora en serio, ha sido apasionante encontrar películas que no había visto ni yo, y que encierran un interés enorme, justificando un aprecio que hasta ahora no han recibido. O sea que he sido el primero que se ha llevado grandes y gratísimas sorpresas gracias a este libro.

P.: Para quienes no conocen ese período del cine de terror, ¿destacarías tres títulos representativos de ese momento?

C.A.: Elegir tres resulta imposible. Pero invito a los lectores, sobre todo si son cinéfilos jóvenes, a descubrir en autores de la trascendencia genial de Buñuel y Bergman películas con una entidad terrorífica absoluta, desde prismas, por supuesto, personalísimos, más allá del formidable resurgir del género gótico o del enjundioso cruce entre ciencia ficción y terror, que son las especialidades por antonomasia de la época.

Dos de las obras de ficción escritas por Aguilar.

P.: Una última pregunta, ¿cómo haces para lograr mantener un equilibrio entre el rigor analítico y la lectura amena? Muchos ensayos suelen ser farragosos y espesos, pero…, en tu caso buscas una complicidad con el lector.

C.A.: No lo sé exactamente, pero se debe posiblemente a que mi personalidad aglutina dos facetas, el ensayista y el novelista. Por ende, cuando escribo un ensayo incorporo una cierta cualidad literaria, incluso inconscientemente. Procurando implicar al lector como si el ensayo fuera una novela, buscando que no decaiga un interés, por así decirlo, argumental. Porque una lectura nunca debe ser aburrida. Si aburres, todo está perdido. En un libro, en una película, en una relación… En todo.

P.: Mil gracias, querido Carlos por atendernos y te deseamos mucho éxito por este nuevo trabajo.

C.A.: De nada. ¡Ahí vamos!

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