El alicantino Rafael Balanzá reside en Murcia desde 1986. En enero de 2002 fundó la revista El Kraken, cuya trayectoria se prolongó hasta 2009, a lo largo de 27 números. De ella dijo Arrabal que era, sin duda, la mejor de Europa. En sus páginas, cargadas de crítica mordaz sobre la actualidad cultural española, aparecieron entrevistas a Luis Alberto de Cuenca, Alberto Olmos y Pilar Adón, entre otros autores. En 2007 publicó su primer libro, ‘Crímenes triviales’ (Ediciones J.J. Nicolás), una colección de 5 relatos muy bien acogida por la crítica. Con ‘Los asesinos lentos’ (Siruela, 2010) ganó el legendario premio Café Gijón.
Esta obra se publicó en Italia, alcanzando un notable éxito de crítica, e incluso ha sido objeto de una tesis en la Universidad de Turín. En Siruela ha publicado también otras dos novelas ‘La noche hambrienta’ y ‘Recado de un muerto’; con esta última fue finalista del premio de la Asociación de Críticos de Valencia. En 2017 publicó en Algaida ‘Los dioses carnívoros’, novela que fue incluida en los suplementos culturales de Público y ABC entre las mejores de ese año. En 2020 conversó con el filósofo Javier Gomá en la Fundación Juan March, en el marco del proyecto cultural ‘Más por conocer’, evento difundido por la Red Española de Filosofía y que logró un amplio eco en redes sociales. Ahora sus seguidores ya pueden disfrutar de su nuevo trabajo publicado por la editorial Algaida, ‘La muerte de Atlante’
Pregunta: ¿Es tu novela un thriller o una novela negra?
Rafael Balanza: Tal vez pueda definirse así, pero creo que esa etiqueta ha dado lugar a alguna confusión. Ya dije de mi primera novela, ‘Los asesinos lentos’, que era un thriller sui generis, porque no se ceñía a las fórmulas convencionales y rutinarias del género. Creo que se me ha tratado de encasillar en la novela negra porque es un género popular; pero mis libros tienen mucho más que ver, salvando las distancias que se considere que hay que salvar, con los de Camus, Sábato o Dostoievski que con la novela policiaca o criminal al uso. Y tienen todavía menos relación con el típico esquema detectivesco de investigación. Aquí sabemos quién es el asesino hacia el primer tercio de la novela. La intriga radica más en saber “qué pasará” que en el manido asunto de averiguar “quién es el asesino”. Igual que hace en su cine Woody Allen, propongo una trama criminal para desarrollar una reflexión moral y filosófica.
Pregunta: La narración arranca con un feminicidio. Una mujer aparece muerta en un barco contratado por una productora audiovisual para la grabación de un documental sobre la Atlántida. ¿Por qué elegiste este tema?
R.B.: En primer lugar, lo tenemos a diario en los medios de comunicación. Es una gran preocupación para las feministas, naturalmente, y para toda la sociedad. Además, a mí me interesa enormemente saber cuál es la base filosófica de la ética. Y para indagar eso, lo mejor es plantear una conducta extrema. Lo que me pregunté al empezar a escribir fue más o menos esto: ¿Por qué un varón nacido y educado en un país desarrollado, que se rige por valores democráticos e ideales de la Ilustración, decide un día que lo mejor que puede hacer es estrangular, acuchillar o quemar viva a su mujer?
P.: ¿Y has encontrado una respuesta?
R.B.: Esta es una sociedad infeliz y enferma. Los hombres infelices y frustrados que, además, son violentos pueden acabar matando a sus parejas. La cuestión es qué creencias y qué clase de valores pueden tener hombres semejantes. Y eso está conectado directamente con las creencias y valores de toda la sociedad.
P.: ¿Crees que la violencia machista tiene solución?
R.B.: Ninguna medida social o política acabará con los crímenes machistas. Muchos de esos asesinos se suicidan después de matar, así que estamos ante una cuestión de creencias fundamentales. Dostoievski planteó en ‘Los hermanos Karamazov’ un conocido apotegma: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Como a Woody Allen, me interesa mucho profundizar en esa idea. Mi opinión es que si un hombre piensa que su mujer le ha destrozado la vida y no tiene creencias firmes, o cree, digamos, en el Dios equivocado, entonces puede muy fácilmente convertirse en un asesino.
P.: ¿Por qué se te ocurrió situar la historia en un barco en medio del Atlántico y qué papel juega el tema de la Atlántida?
R.B.: Aunque la idea era anterior a la pandemia, marcharme a un barco con la imaginación durante el confinamiento fue, de alguna manera, una experiencia liberadora. En mi novela hay dos puntos de vista. Los protagonistas son dos hombres atormentados por distintas razones. Adrián es el productor del documental sobre la Atlántida, y como documentalista tiene algunos problemas parecidos a los míos. Lo que él pretende hacer no es fácilmente compatible con el gusto popular. La Atlántida funciona como metáfora en varios niveles. Por una parte, es el mundo perdido de la cultura, Félix de Azúa ha expresado una idea semejante sobre el “continente desaparecido de la literatura” que él llegó a conocer, y por otra, esa isla mítica nos remite a las utopías tecnocientíficas y transhumanistas.