JUNIO

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Tengo miedo de que se acabe junio. Está a punto de amanecer y las flores que le traje ayer han perdido su esplendor. Ella estaba despierta cuando he llegado y no la he soltado desde ese momento. Todas las venas que surcan sus manos son un mundo entero que trato de atrapar, pero se escapa entre mis dedos en esta aséptica cama de hospital.

Mi abuela me mira, sabe perfectamente lo que pienso y lo que siento. Y me miente; me habla del futuro, de la higuera, del abuelo, de cómo tengo que hacer el cocido. Y le digo que no quiero ponerle esa repugnante pata de gallina que aparecía en el caldo para convertirlo en una sopa diabólica preparada para envenenar a algún ogro. Y sonríe.

Llegan la enfermera y mi madre, con sus ideas desesperadas para abrirle el apetito, para obrar el milagro. La obligan a incorporarse para beber algún potingue. Me aparto para que puedan inclinar la cama. Nuestro momento ha sido interrumpido, pero hemos tenido tantos como ese que no me importa. Pocos en esta familia han tocado la delicadeza de sus manos con tanta complicidad.

Ahora no escucho sus voces. Me quedo pensando en sus manos, rodeando mi cintura para colocarme un vestido hilvanado y ajustarlo a mi cuerpo con alfileres, calculando la simetría de las mangas, modificando la solapa o acortando el dobladillo. Comprendo entonces que ese es uno de los momentos invencibles de mi infancia, de mi vida. Comprendo que esas manos pronto van a dejar de sostenerme. Tengo miedo de que se acabe junio.

Marta Castillo. Ganadora de la III edición del Certamen #TuitrelatoHN. Categoría general.

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