Sin respeto a los derechos, ni gran pueblo, ni nada

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Llevamos un par de semanas levantándonos, y acostándonos para los que estiran más la noche, con los graves disturbios que las ciudades de Cataluña, y especialmente, Barcelona, están sufriendo de la mano de la peor cara del ser humano: la violencia.

Una violencia extrema por parte del independentismo catalán que tiene como raíz la tan comentada sentencia del Tribunal Supremo condenatoria sobre los ejecutores del llamado ‘procés’, sentencia que, por cierto, no voy a comentar ni analizar ya que emana de un poder legítimo e independiente del Estado como es el sistema judicial, por lo que posee todo mi respeto.

En nombre de la democracia, según afirman con soberbia y altanería, se permiten el lujo de destrozar sin miramiento el espacio urbano de las ciudades de Cataluña, secuestran día tras día los derechos y libertades del común en carreteras, edificios públicos o incluso en sus propias viviendas, además de atacar sin ningún tipo de escrúpulo a los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que intentan mantener y defender, con su vida e integridad física, el maltrecho orden público de esa Comunidad Autónoma.

Desgraciadamente, en estas circunstancias, además de la hostilidad y agresividad de la que están siendo objeto por parte de los radicales, nuestra Policía Nacional tiene que sufrir el abandono por parte de los altos mandos del Ministerio del Interior, viéndose situaciones como el tener que recoger el material antidisturbios lanzado por parte de los agentes para reutilizarlo o no poder recibir el apoyo por parte del cuerpo especial de la Guardia Civil en el sofoco de los graves disturbios de estos días, movilizado a Cataluña sin órdenes de actuar salvo cuando visitó la ciudad el Presidente Sánchez el pasado lunes.

Las imágenes que estos días nos llegan desde Cataluña no hacen más que ensombrecer la causa del independentismo catalán, aunque, según sus acólitos, la batalla de la imagen internacional de las aspiraciones secesionistas iba siendo ganada por ellos, ya que la mayoría de países declinaban ofrecer una respuesta sobre el tema al considerarlo una cuestión interna de España.

En este nuevo episodio, que se une a los ya acontecidos en los meses de septiembre y octubre de 2017, turistas y visitantes, en concreto de la ciudad de Barcelona, han vivido en sus propias carnes el autoritarismo y talante ‘pacífic’ de los golpistas catalanes.

El secuestro de miles de pasajeros en el Aeropuerto de El Prat, tanto en las terminales como en las vías de acceso a estas, los cortes impunes de vitales arterias del tráfico rodado, como la AP-7, la violencia callejera propia de zonas en guerra acontecida en los anocheceres de la ciudad condal, han abierto los ojos a aquellos que todavía creían la burda calificación de ‘pacífic’ del movimiento independentista catalán.

En palabras de Tocqueville: “Sin respeto a los derechos no hay gran pueblo: no hay sociedad; porque ¿qué es una reunión de seres racionales e inteligentes en que la fuerza es la única relación?”. Y en estos días, desde la causa independentista estamos viendo de todo, menos razones e inteligencia, lo que desvirtúa infinitamente sus reclamaciones, porque cuando el ser humano se rebaja al uso de los instintos más primarios, propios del Estado de Naturaleza, para sus pretensiones, esa vía está muerta.

La convivencia pacífica que todos los españoles nos hemos otorgado en nuestra joven democracia, con la Constitución Española de 1978 como garante de ésta, no puede verse afectada por ensoñaciones de mentes cerradas, que cuál vendedor de crecepelos de feria rural arrastran a miles de ciudadanos con sus soluciones rupturistas a problemas económicos, sociales y políticos muy serios, que no sólo afectan a una sola región, sino a toda la Nación, y que ninguna solución tienen desde la discordia y la unilateralidad; todo lo contrario, la receta de la secesión ahondaría, si cabe más, en esos problemas dentro de Cataluña.

Dentro de la Ley y el Derecho, todo puede ser negociable, a través de cauces pacíficos y de cariz democrático, pero con violencia y terror, nada, nada puede ni debe conseguirse. El Estado de Derecho recoge las reglas del juego limpio democrático, y en este caso, señores independentistas, su continuo desprecio al Estado de Derecho, además de conllevar responsabilidades legales, supone que están jugando sucio, y por ahí, sólo existe un destino: la aplicación de la Ley.

[ Amparo Folgado | portavoz Grupo Popular Ajuntament de Torrent |@amparofolgado]

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