Hoy las paredes de medio mundo están de luto. En la mañana de este jueves ha fallecido una de las artistas murales más relevantes de nuestro tiempo. Tamara Djurovic, artista argentina afincada en Valencia, transciende este plano de la materia dejando tras sus pinceles un legado incalculable.
Hyuro, sobrenombre bajo el que pintaba, es sin duda una de las pocas artistas que ha conseguido abrirse paso en el campo del muralismo internacional. Un terreno que los hombres copan y en el que apenas unas cuantas mujeres han conseguido hacer camino. Sin duda, Tamara es una de ellas. A lo largo de los últimos 10 años, ha recorrido medio mundo, trabajando en sintonía con los múltiples contextos con los que se ha encontrado. Ha desarrollado sus proyectos en Argentina, Brasil, México, Estados Unidos, Marruecos o Túnez; así como en gran parte de Europa. De España, aunque ha recorrido toda la península, es en Valencia donde ha desarrollado la parte más importante de su trayectoria. Aún si muchas de sus obras se han desvanecido con el paso de los años, todavía podemos encontrar algunas de sus pinturas en el centro de la ciudad, en paredes de solares y tapias de edificios abandonados. También se conservan tres de las paredes más icónicas de la ciudad. Un homenaje a Jane Jacobs que pintó en 2019 en el barrio del Cabañal; su participación en el proyecto Sense Murs, en el barrio de la Punta, con la figura gigante de una mujer defendiendo la huerta con tomates; así como su intervención en la fachada del edificio de La Base, en la Marina, donde realizó una de sus conocidas escenas de multitudes.
El trabajo de Hyuro ha sido un trabajo íntimo y muy personal. Su universo es inquietante y seductor. Su lenguaje es sincero y cercano. Su cabeza fueron sus manos y su pintura un regalo para las calles de la ciudad. Sus murales destacan por la fuerza innata que reflejan esas mujeres, a veces sin rostro, que luchan en su dia a dia por salir adelante. Mujeres luchadoras que conforman un discurso reivindicativo, político y con perspectiva de genero; que nos habla de la vida cotidiana de una manera delicada y artesanal.
Hyuro no hablaba de ella… Más bien hablaba con ella. Utilizó la pared como un espejo en el que buscarse constantemente y es, en este proceso infinito, en el que su pintura destilaba el eco de esa conversación.
Al acercarnos a su trabajo, experimentamos la atracción de quien encuentra una ventana abierta. Hyuro nos hace este regalo con cada pared que pintó, permitiéndonos conocer un poco más de ella pero, sobre todo, un poco más de nosotros mismos.
En este ejercicio de reconocimiento, nos enfrentamos con la evidencia de que lo salvaje es un estado primario en el que todos somos iguales. Las personas que vemos en sus paredes no son nadie y somos cada uno de nosotros… las mujeres, los lobos, los niños, los enamorados…. los otros. Sí, los otros.
Hyuro no pintó en la calle. Habló con la calle. Y lo hizo con tanto respeto y cariño que somos los demás los que, al acercarnos, pintamos las paredes que ella tan solo susurró.
Tamara Djurovic se ha ido. Se la llevó el destino. Después de un año esquivando la enfermedad, se despidió como ella quiso hacerlo: En su casa, con su música, en paz y tranuilidad; acompañada por sus hijos y seres queridos. Tamara Djurovic se ha ido. Pero suerte la nuestra que Hyuro sigue aquí, con nosotras… en cada pintura, en cada ladrillo, en cada una de todas las historias que sus pinceles lograron desvelar.