Reyes Monforte: “La Patti fue totalmente rompedora”

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A Reyes Monforte le gusta sumergirse en los legajos de la historia hasta encontrarse cara a cara con el personaje, que despierte a la escritora que vive agazapada en su interior. Y fue “por casualidad”, explica la periodista madrileña, como descubrió a Adelina Patti. “Estaba de vacaciones en Gales, y tomando café, la encargada, al decirle que era española, me dijo si iba a ver el castillo de la gran diva de la ópera, que además era española, madrileña. Me acerqué al castillo, la roca de la noche, que es el más grande de Gales y el más embrujado. Así, empecé a conocer su historia, que tenía tan de película y novela.”

Reyes Monforte
foto: Arantxa Carceller

Gracias a este fortuito encuentro, Monforte regresa a las librerías con ‘La diva’ (Plaza&Janes), una novela sobre la vida de la soprano mejor remunerada de la historia, La Patti, que desafió los convencionalismos decimonónicos e hizo que su voz fuera ovacionada en todos los teatros a un lado y otro del Atlántico.  “La Patti, en la segunda mitad del s. XIX, era una mujer muy famosa en todo el mundo”, puntualiza Monforte. “Era la mujer que más titulares acaparaba. La mujer más fotografiada y la soprano mejor pagada, que lo sigue siendo hoy en día en la historia de la ópera.”

Adelina Patti, de ascendencia italiana y nacida en Madrid, enmudeció al mundo entero. Su perfección vocal la encumbró en todos los escenarios que pisó, hasta cautivar a reinas, zares, príncipes, escritores, pintores, compositores, nadie podía resistirse al embrujo de su voz. La sociedad de la época, con sus diversos escalafones y clases, clamaba por escuchar a la prima donna. No tenía parangón, por detrás quedaban otras cantantes como Etelka Gerster o Christina Nilsson, entre otras.

Sin embargo, la Diva, apodada así por sus coetáneos, fue víctima de los propios derroteros del tiempo, y tras su muerte el 27 de septiembre de 1919 en Craig-y-nos Castle, su fama y su nombre quedaron relegados a unos cuantos entendidos. De ahí, la fascinación de Monforte al impregnarse de la biografía de La Patti. “Cómo es posible que una mujer con la vida que tuvo, no solo por la voz, el éxito, sino por la escandalosa vida privada”- arguye-, “cómo es posible que no la conozcamos hoy en día. Los amantes de la ópera, por supuesto, saben quién es, pero fue mucho más que lo que fue la Calas, por ejemplo, y la Calas, fue la Calas, en parte, gracias a lo que fue La Patti.”

La niña prodigio del bel canto, que despuntó en Nueva York en 1851, era hija de la soprano Caterina Chiesa Barilli y el tenor Salvatore Patti. La familia Patti, desde sus progenitores hasta su descendencia, estuvo familiarizada con las tablas y todo lo que ocurría entre bambalinas. Si bien, la sorpresa fue mayúscula cuando “su madre descubrió que cantaba, porque un día, con cinco años, escuchó que alguien estaba cantando un aria en los camerinos”, según Monforte, “pues se creía que era una compañera, hasta que descubrió a la niña cantando delante de sus muñecas. La niña era todo de oído. Todo lo que escuchaba, ella lo repetía. La Patti tenía una voz prodigiosa”.

Desde chiquilla, su pronunciación, sus trinos y matices, cautivaron a su audiencia, ya desde aquel debut en el teatro Niblo's Garden de Nueva York, en Broadway, con tan solo ocho años. A su temprana edad, se prendió la mecha de la leyenda, del mito, pues, la fama, las excentricidades y los rumores, nunca abandonaron la vida de La Patti.

Con todo, su madre se mostró reticente a que Adelina Patti emprendiese una carrera operística tan pequeña, al final, la situación económica de la familia y, sobre todo, la propia insistencia de Adelina decantó la balanza a favor de la joven promesa. Su padre y su cuñado, el pianista Maurice Strakosch, se encargaron de su formación y de acompañarla en sus giras, aunque Adelina volvió a hacer gala de su carácter. Nunca se dejó ningunear por nadie, fue una excelente negociadora, y jamás olvidó las palabras de su madrina la contralto Marietta Alboni, “mira los empresarios son hombres, y tú vas a ser una mujer toda tu vida”, matiza Monforte, “así que intenta que te respeten, y la única manera para que te respeten, es pagándote bien, porque van a ver en tu condición de mujer una razón para pagarte menos. Ella se lo tomó al pie de la letra, y era la más pagada de la historia, de hecho, sigue siendo la soprano más pagada de la historia.”

Las críticas por el desorbitado precio de las entradas de La Patti formaron parte de los titulares de prensa cada vez que se anunciaban sus actuaciones, aun así, los teatros siempre se llenaron, incluso el mismo Benito Pérez Galdós, claudicó en uno de sus artículos, al reconocer que el alto caché de la diva estaba más que justificado, porque aquella voz rozaba lo divino.

Por otro lado, la trayectoria de La Patti no estuvo exenta de escándalos. Se casó tres veces. Su primer marido fue el marqués de Caux, caballerizo de Napoleón III, con quien protagonizó “un divorcio muy sonado”, manifiesta Monforte. “Era la primera vez en la historia que una mujer le daba la mitad de su fortuna a un hombre, estuvieron a punto de meterle en la cárcel.” Tras conseguir el divorcio, se desposó con su amante y tenor francés Ernesto Nicolini, su gran amor. No obstante, tras su muerte contrajo nupcias con el barón Rolf Cederström, veintisiete años más joven. Aun así, su nombre también quedó ligado a sus diferentes acciones altruistas a favor de los más desfavorecidos, y a campañas publicitarias de diferentes productos, como la famosa crema rosada Adelina Patti.

Asimismo, expresa Monforte, “decidió no tener hijos por voluntad propia, porque en aquella época, todas las sopranos que eran madres se retiraban, porque parece ser que en el parto se les iba la voz. La madre de Adelina Patti que también era soprano, siempre decía, mi hija me ha robado la voz, y entonces ella no quiso verse en esa tesitura. Como bien dijo, cuando más feliz soy es cantando en un escenario.”

En definitiva, “La Patti fue totalmente rompedora”, apostilla Monforte, “y además gustaba a todos: Verdi, Rossini, Abraham Lincoln, Gustave Doré, la reina Victoria, e incluso, Oscar Wilde la incluyó en El retrato de Dorian Grey, Tolstói en Ana Karenina y Émile Zola en su obra Nana. Y también el pueblo llano la adoraba. De hecho, es una lástima que no nos haya quedado ninguna grabación nítida para poder disfrutarla”.

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