Maratón: "Valentia", ciudad en estado de revelación

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Aquella mañana Valencia no amaneció: despertó de sí misma. No fue un simple claro del día, sino un llamamiento antiguo, una vibración que subió desde las aguas quietas del Turia hasta las cornisas de sus torres y las cúpulas donde los primeros vecinos se asomaban sin saber por qué presentían que algo extraordinario iba a suceder

Vista aérea de corredores en el Maratón de Valencia 2025
El Maratón de Valencia 2025 reunió a miles de corredores en un ambiente vibrante.

La vieja Valentia —fundada por soldados y desterrados— se levantó con una conciencia extraña: sus hijos iban a medirse con lo que el tiempo tiene de horizonte y de abismo. Más de treinta y seis mil cuerpos llamados por un mismo gesto interior, y más de ciento veinte mil gargantas preparadas para sostenerlos, para empujarlos, para reconocerse en ellos.

No había estadio que pudiera contenerlo. Por eso fue la ciudad entera la que decidió ser estadio, templo y anfiteatro a la vez.

Escena nocturna del Maratón de Valencia 2025 en la Ciudad de las Artes y las Ciencias.
La llegada del Maratón de Valencia 2025 en un ambiente vibrante y nocturno.

El rito de las aguas

En la Ciudad de las Artes y las Ciencias el aire era limpio y alto. El Hemisfèric, como un ojo de cristal medio cerrado, espejeaba una luz primera todavía tímida. El Palau, el Museu, los puentes curvos y las pasarelas formaban una geometría blanca, casi irreal, como si Valencia hubiese querido presentarse a sí misma vestida de futuro para recibir un rito muy antiguo.

Sobre el asfalto, compacta, vibrando sin moverse, la legión de corredores esperaba la señal. Había silencio, pero no era vacío: era el silencio anterior a la primera nota de una sinfonía.

Cuando la salida estalló, no se puso en marcha una carrera: se puso en marcha un pueblo entero en su forma más pura de movimiento. Los puentes se poblaron de colores; las avenidas, de un rumor que se parecía al mar cuando va creciendo. El coche de cabeza avanzó tras el grupo de élite como un testigo consagrado. Detrás de esos primeros cuerpos, la ciudad abría un cauce humano hacia todos sus barrios y memorias.

Grupo de personas animando a corredores en el Maratón de Valencia 2025.
El Maratón de Valencia 2025 reunió a miles de corredores y espectadores animando con pancartas.

El pueblo derramado en las calles

Por las grandes avenidas del primer tramo, para ser tan temprano, el día parecía ya mediodía. Los balcones desbordaban brazos, cámaras, banderas improvisadas. Perros inquietos marcaban el ritmo con sus ladridos. Había pancartas torcidas, hechas a mano, que decían poco y lo decían todo: “Tú puedes”, “Ánimo”, “Nunca te rindas”. La ciudad hablaba en imperativos afectivos.

El grupo de cabeza avanzaba como una flecha de aire limpio, rodeado de liebres que marcaban la cadencia. Pero el verdadero tiempo lo marcaba la multitud: los aplausos, en oleadas, el murmullo que se transformaba en grito cuando los dorsales se acercaban, la respiración colectiva que se sincronizaba con cada zancada.

En la zona del mar, una banda rasgó el aire con un pasodoble. El metal de las trompetas y el cuero de los bombos se mezclaron con la luz oblicua del Mediterráneo: aquel tramo se convirtió en una plaza mayor de fiesta antigua levantada para honrar a los que corrían.

Valentia, por un momento, fue una sola voz en muchos acentos.

Corredor sonriente en el Maratón de Valencia 2025 con público animando.
Un corredor sonriente en el Maratón de Valencia 2025, rodeado de un ambiente vibrante.

La ciudad entera como graderío

En el territorio universitario y las grandes avenidas rectas, las charangas, las batukadas y los altavoces derramando ritmos componían un mosaico sonoro imposible de encerrar en una sola melodía.

El avituallamiento no era una operación logística: era una liturgia. Las manos que ofrecían agua, sales, esponjas, eran manos de monaguillos de un culto al esfuerzo. Botellas que pasaban de palma en palma, que se caían y rodaban, que se alzaban al cielo como pequeñas antorchas líquidas.

Desde el coche se veía cómo algunos corredores perdían la botella por un centímetro y sonreían igual, cómo otros la atrapaban en el aire, cómo los voluntarios repetían gesto tras gesto con una devoción silenciosa.

En la zona deportiva, las banderolas del fútbol y las carpas de peñas añadían otra capa al rito: el deporte homenajeaba al deporte, las devociones cruzaban sus símbolos. No había templos enfrentados; había una sola ciudad celebrando todo lo que la llevaba más allá de sí misma.

Grupo de personas animando en el Maratón de Valencia 2025
El público se reúne para animar a los corredores en el Maratón de Valencia 2025.

La ida y el regreso: la fraternidad de las velocidades

En las grandes avenidas de ida y vuelta, cuando el circuito se plegaba sobre sí mismo, ocurrió algo que ninguna estadística recoge y que, sin embargo, define el alma de la jornada.

Los corredores más lentos, los que venían con tiempos humildes, con zancadas cansadas, alzaban la vista hacia la vía paralela por donde pasaba el líder. Hubiera sido lógico seguir pegados a su propio cronómetro. Pero no. En cuanto la cabeza de carrera se aproximaba, muchos disminuían el paso y empezaban a aplaudir. Algunos sacaban el móvil, otros levantaban las manos, otros gritaban el nombre del país inscrito en el dorsal del campeón.

Eran los rezagados, cargados de kilómetros más pesados, quienes ofrecían su homenaje al que iba en cabeza. Era la legión de la retaguardia reconociendo, sin envidia, al que abría la marcha. En ese gesto breve se reveló algo más grande que cualquier marca: la certeza de que en Valentia todas las velocidades formaban una sola comunidad de valor.

Corredores sonrientes durante el Maratón de Valencia 2025 en una calle vibrante.
El Maratón de Valencia 2025 reunió a miles de corredores en un ambiente vibrante.

El gran corazón de piedra y luz

A partir del ecuador, la ciudad dejó de ser un fondo y se convirtió en protagonista visible. La Alameda, los jardines, los puentes históricos sobre el antiguo cauce, las plazas centrales, las calles nobles vigiladas por campanarios y torres, la fachada barroca de un palacio museo, la plaza del Ayuntamiento, las arterias comerciales, los cruces emblemáticos… No eran simplemente nombres: eran estaciones de una procesión civil.

En cada punto, el pueblo se había derramado con una forma distinta de entusiasmo:

– batukadas que golpeaban el aire como si lo fundiesen, – charangas que convertían cada paso en comparsa, – fallas levantadas en pleno invierno a base de disfraces, mantones, pelucas y humor, – DJs alzados en plataformas improvisadas, – familias enteras con bocinas y tambores de juguete, – personal sanitario saliendo a las puertas de los hospitales, – vecinos de barrios nuevos y antiguos apretados en las esquinas como si el invierno hubiese decidido convertirse en verano por una mañana.

Valencia, tercera ciudad de España, había convocado también a miles de visitantes. Las cifras hablaban de más de 120.000 almas en las calles, pero esa mañana ninguna cifra bastaba: la ciudad parecía estar toda fuera, como si los edificios hubiesen cedido su sangre a las aceras.

Corredor en el Maratón de Valencia 2025 con motos de seguridad
El líder avanza en el Maratón de Valencia 2025, rodeado de motos de comunicación, jueces seguridad.

La revelación del héroe

En medio de ese clamor, en torno al kilómetro 25, el líder tuvo una certeza que no se anuncia por palabras. Hasta entonces había corrido en grupo, protegido por las liebres, labrando su destino en compañía. Pero hay momentos en que el tiempo se abre como un corredor invisible, sólo perceptible para quien está en el lugar exacto y en la condición exacta.

Sintió que el ritmo que llevaban no era el suyo, que la ciudad le ofrecía algo más. Los cálculos callados en la nuca le dijeron que podía correr para 2h02, que aquel día el cuerpo y la voluntad estaban en alineación perfecta y que el murmullo de las calles no era solamente ruido, sino una forma de mandato.

Entonces se despegó.

No fue un ataque violento, sino un desprendimiento sereno. Mientras los demás seguían la cadencia pactada, él empezó a escuchar otra música: la de las zancadas que responden únicamente al pulso profundo de su destino. Las liebres trataron de seguirle y no pudieron. El grupo quedó atrás, como una sombra que se disuelve al mediodía. Delante, sólo quedaban la ciudad, el aire y los kilómetros aún por domar.

Valentia pareció reconocerlo. El aplauso se hacía más denso en cada esquina en la que aparecía solo, pequeño y enorme a la vez. No era un hombre aislado: era la figura breve en la que se concentraba el anhelo de miles.

Corredores en el Maratón de Valencia 2025 con público animando
El Maratón de Valencia 2025 reunió a miles de corredores y espectadores animando con pancartas.

La ciudad que lleva en volandas

El tramo final fue una corriente ascendente. Por los barrios del crecimiento, junto a centros comerciales, hospitales y sedes administrativas, la música no decrecía. Las comisiones falleras habían colonizado esquinas y rotondas. Había disfrazados con trajes imposibles, niños con capas, corredores que ya habían abandonado la carrera pero no el entusiasmo y ahora animaban desde la barrera.

La línea de fuego suave del maratón atravesaba barrios de ladrillo, avenidas nuevas, puentes antiguos, plazas con memoria. Hacia el centro y de vuelta al cauce del Turia, las voces se alzaban como en el último acto de una ópera. Desde las grandes avenidas hasta el regreso a la Ciudad de las Artes, el aire parecía sostener los cuerpos en lugar de oponerse a ellos. “Los llevan en volandas”, decía quien mirase con un mínimo de atención. Y no era una metáfora: en cada grito había una mano invisible sosteniendo gemelos fatigados, pulmones en llamas, rodillas en duda.

Podio de ganadores del Maratón de Valencia 2025 con corredores y organizadores.
Los ganadores del Maratón de Valencia 2025 celebran en el podio.

El regreso sobre las aguas

La llegada, sobre la alfombra azul tendida junto al Hemisfèric, no fue simplemente una meta: fue el cierre de un rito. El mismo escenario de la salida recibía ahora, transformado, al primero de la legión. Los cronómetros marcaron un tiempo que ya pertenece a la estadística y al asombro: una marca mundial del año, un registro que cabe en titulares.

Pero lo que sucedió en lo profundo no se deja encerrar en dígitos.

Podio de mujeres en el Maratón de Valencia 2025 con ganadoras y organizadores.
Las ganadoras del Maratón de Valencia 2025 celebran en el podio.

El campeón cruzó la línea, abrió los brazos, se dejó envolver por el estruendo que caía desde las gradas temporales y desde el cielo raso de la ciudad. En ese gesto final no estaba sólo él: iba en su zancada la memoria de las calles, el latido de las batukadas, la devoción silenciosa de los voluntarios, el homenaje de los corredores lentos, la mirada de los niños que vieron por primera vez un héroe de carne y sudor, el orgullo de una ciudad que se reconoce valiente porque sabe reconocer la valentía en los suyos.

Valentia romana, la de las legiones sobre el Turia, encontró ese día su reflejo exacto en la Valencia del siglo XXI: una ciudad que no pelea guerras, pero que celebra con fervor sagrado la proeza de quienes se atreven a correr cuarenta y dos kilómetros sosteniendo un pacto íntimo con su propio límite.

Aquel maratón no fue un evento deportivo. Fue —lo supo quien estuvo allí, carne adentro— una liturgia del valor. La ciudad y sus corredores, el pueblo y sus héroes, se reconocieron mutuamente. Y, por unas horas, Valencia dejó de ser un lugar en el mapa para convertirse en una palabra que nombraba algo más antiguo y más alto: el coraje compartido de estar vivos y avanzar.

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