Había algo denso en el aire desde el salto inicial, como si el partido quisiera anunciar desde el primer balón dividido que no iba a regalar nada

Manresa entró al choque con descaro exterior, enlazando triples que abrían brecha, como un martilleo inesperado: Torreblanca, Rosell, Naspler. Cada acierto visitante parecía un desafío a la estabilidad emocional de Valencia Basket, que respondía a fogonazos, sin continuidad, como quien intenta encender un fuego con madera húmeda.
Pero ahí estaba Jorge Carot: todavía sin alzar la voz, ya imponía su ley silenciosa. Rebote a rebote, presencia a presencia. Su primer cuarto fue un acto de resistencia: capturó casi todo lo que cayó en su radio de acción y mantuvo vivo un equipo que aún buscaba su identidad en el partido. Aquellos tiros libres, aquellos rebotes ofensivos, fueron las primeras piedras de un edificio que aún no existía.
El segundo cuarto trajo la primera metamorfosis
Valencia, que venía corriendo detrás del marcador, encontró una ventana emocional en dos acciones consecutivas de Noyan Tolan, que sacudieron la modorra del ataque local. Gonzalo Muinelo movió fichas. La defensa subió un punto. Empezaron a caer robos, pérdidas forzadas, tiros contestados. Aún así, Manresa seguía vivo desde el triple, como si cada lanzamiento lejano fuera una declaración de orgullo. Cada vez que Valencia se acercaba, el rival golpeaba desde ocho, nueve metros, sosteniendo el equilibrio del partido.
El momento clave del segundo acto llegó con una secuencia simple, casi inadvertida: Carot anota, defiende, rebotea, asiste. En cuatro posesiones consecutivas, el pívot obligó a que el partido empezara a hablar su idioma. Con él, el ritmo bajó. El pulso se serenó. Valencia empezó a mandar aunque el marcador todavía no lo reflejara.
El final del segundo cuarto fue un intercambio de golpes que dejó el partido abierto (36-39). Manresa vivía del perímetro; Valencia, de su estructura.
Entonces llegó el tercer cuarto. Y con él, el punto exacto donde se decide un partido de baloncesto: la racha que no se ve venir.

El tercer cuarto: donde Valencia se rehace y se afirma
A los 00:48 del tercer acto, un tiro de Torreblanca redujo a dos la diferencia. En ese instante, el partido pendía de un hilo: era el tipo de jugada que inclina la balanza hacia quien tenga más convicción.
La respuesta fue preciosa: Noyan Tolan encuentra a Ilan Laville cortando, bandeja, 56-46. Valencia no solo anotó: mostró un camino, un orden, un modo de jugar.
A partir de ahí, entró en escena el protagonista más inesperado… la defensa.
Tres ataques seguidos de Manresa terminaron en rebotes largos y fallos forzados; tres defensas seguidas de Valencia desembocaron en decisiones mejores, tiros liberados, tempo controlado. Fue un parcial líquido, casi invisible, pero sostenido: rebote, defensa, paciencia. Un 11-2 que no parecía un parcial, sino un desplazamiento tectónico.
Y cuando el partido pedía una mano caliente, Álex Blanco apareció como aparecen los jugadores que entienden los momentos: primero un triple para abrir distancia, luego otro para marcar territorio, y más tarde una suspensión que obligó a Manresa a pedir tiempo muerto.
Todo eso mientras el acta mostraba ya a Carot caminando hacia un doble-doble gigantesco.
Valencia llegó al final del tercero con un 57-48 que ya no era una cifra: era una declaración.

El último cuarto: Valencia gana por tercera vez
A veces, un equipo debe ganar un partido varias veces para llevárselo. Eso hizo Valencia.
Primera victoria del último cuarto: cuando Manresa recortó a cinco, una secuencia de rebote, circulación y triple de Blanco devolvió el +12. Fue un golpe emocional.
Segunda victoria: cuando los visitantes, a la desesperada, lanzaron desde cualquier esquina —y acertaron un par— Talcis emergió como cirujano: tiros libres impecables, un tiro de media distancia, presencia en el rebote. El U22 encontró en él la figura del ejecutor paciente: nada sobró, nada faltó.
Tercera victoria: cuando el partido ya agonizaba y Manresa se aferraba al milagro con dos triples tardíos, apareció un silencio enorme: Carot reboteó el balón número 17. En ese instante, el partido terminó de verdad.
Valencia cerró con oficio, con control mental, con personalidades diversas que aparecieron cuando debían. El marcador final, 82-70, es la superficie de algo más profundo: una victoria que reordena la confianza del equipo, que le devuelve aire antes de la cita contra la Penya.

El sentido del triunfo
Este partido cuenta tres historias:
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La del dominio interior: Carot, 17 rebotes, 12 puntos, dos tapones, cientos de detalles que no salen en las estadísticas.
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La de la personalidad ofensiva: Blanco (20 pts) sostuvo, Talcis (17) afinó, Tolan (8) abrió caminos.
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La de la madurez colectiva: rebote, control, lectura del ritmo, capacidad de sufrir.
Valencia Basket ganó desde el alma del baloncesto: cuando no entró el triple, cuando sobraron pérdidas, cuando el partido se deformó, cuando el rival sacó orgullo… este U22 supo cómo ganar igual.
Hoy respira. Hoy se reconoce. Hoy llega vivo a Badalona.





















