¿Qué hacemos con RTVV?

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Hablemos claro desde el principio. A estas alturas de la película, todavía no sé si será bueno o no que cierren Radio Televisió Valenciana. Desde que la Generalitat Valenciana anunciaba el final del ente valenciano a través de una vomitiva nota de prensa, le ando dando vueltas a la cabeza. Intento poner en la balanza los pros y los contras. Intento, además, que las ventajas de mantener el medio de comunicación propio de la Comunidad Valenciana sean más numerosos que los inconvenientes, y que además tengan más peso. No sé. Lo que voy a hacer es compartir mis cuitas con ustedes, a ver si me ayudan a ver la luz.

Cualquier sociedad democrática civilizada que se precie debe contar con unos medios de comunicación con un grado de independencia lo suficientemente alto para que todos los ciudadanos lo sientan como propio. Si además este medio de comunicación es autonómico, debe tener unos objetivos muy claros, que podrían pasar por la promoción y uso de la lengua propia, la vertebración del territorio y una alta calidad informativa relativa al hecho diferencial que supone pertenecer a una comunidad determinada. Radio Televisió Valenciana nació con ese objetivo. Por eso, suprimir ese medio de comunicación que sentimos como propio sería como un golpe casi mortal para el desarrollo normalizado de esa sociedad.

Según los estatutos de creación, RTVV se creó justamente para eso. Sin embargo, no nos engañemos. Ese objetivo jamás llegó a cumplirse del todo. Los últimos 20 años han sido la historia televisada y radiada de un despropósito tras otro. Radio Televisió Valenciana se convirtió en el ejemplo de cómo no se debe gestionar un medio de comunicación público. Con la llegada del Partido Popular al Palacio de la Generalitat Valenciana, el vuelco que da el ente público es casi dantesco. RTVV se convierte en el cortijo donde colocar a periodistas afines, amigos y familiares de cargos políticos y gente a la que pagar favores, lo que infla su plantilla hasta rozar los 2.000 empleados. Se amañan oposiciones para darle un viso de legalidad al enchufismo generalizado. Los Servicios Informativos se convierten en un mero transmisor de la propaganda del PPCV, y la programación del ente se convierte en un cúmulo de mamarrachadas, donde el valenciano pasa a tener una presencia prácticamente testimonial y donde los programas chabacanos en castellano copan la parrilla de programación.

Esta situación ha llevado a RTVV a no llegar al 3% de la audiencia y a acumular una deuda que supera los 1.200 millones de euros gracias a la externalización -qué palabra tan bonita para esconder la privatización de servicios públicos- de programas a productoras amigas con precios de adjudicación inflados.

El cierre de un medio de comunicación siempre es traumático, sobre todo para los trabajadores que día a día tratan de sacarlo adelante. El mismo día del anuncio del cierre comenzó muy bien para ellos, porque el Tribunal Superior de Justicia anulaba el ERE perpetrado por la Generalitat Valenciana y obligaba a la readmisión de los trabajadores despedidos. La respuesta del Consell fue la del cierre. Y la respuesta de los trabajadores del ente a ese cierre fue la de hacerse con la programación e intentar convencer a los atónitos telespectadores y radioyentes que su profesionalidad había estado secuestrada durante años, que los obligaban a cambiar las noticias y a manipularlas. Conozco a gente que trabaja en RTVV, buenos profesionales, que llevan años haciendo una gran labor informativa y sufriendo días tras días los caprichos de los directivos puestos a dedo. Por ellos lo siento. Con todo, no puedo dejar de pensar en que esa postura reivindicativa de los últimos días podría tener algo de impostada. Y es que hasta en esos momentos, los informativos de RTVV han manipulado la información para convertirse en la voz de su amo.

Estos días, a excepción de lo que se ha sabido tanto en otros medios de comunicación como en las redes sociales, se ha lanzado un mensaje victimista, se han buscado testimonios en contra del cierre, se ha criticado a un Consell que hasta hace unos días era venerado desde esos Servicios Informativos. ¿Cómo creer ahora lo contrario? ¿Cómo es posible que no haya habido ni una sola voz de autocrítica, salvo alguna pincelada casi imperceptible? ¿Cómo se pueden zanjar veinte años de manipulación continuada con un ‘lo pasado, pasado está’? Es imposible.

Alberto Fabra, presidente no electo de la Generalitat Valenciana, hizo uso de la demagogia más barata y dijo que cerraba RTVV para garantizar así servicios básicos como la sanidad o la educación. Nadie, ni siquiera en su propio partido, se creyó tal mentira. Este mensaje ha servido tan solo para que la derecha mediática de este país y cuatro descerebrados enarbolen este “argumento” para mostrar su adhesión más inquebrantable, que en su momento fueron agasajados por Francisco Camps en el Palau de la Generalitat como pago a sus servicios. Por cierto, los mismos que ahora aplauden su cierre, como Isabel Durán o Alfonso Rojo, autoproclamados liberales que viven de la teta pública hasta que la dejan seca.

Y ahora, ¿quién tiene que pagar por todo eso? ¿A quién le exigimos responsabilidades? El Partido Popular de la Comunidad Valenciana, principal culpable, ya ha dejado claro que con él no va la fiesta. Los mismos que han esquilmado y manoseado RTVV se lavan las manos y se muestran compungidos por la situación actual. ¿Y la sociedad? Mucha gente afirma que hemos sido demasiado complacientes. No estoy del todo de acuerdo, ya que esa sociedad fue la que le dio la espalda de forma mayoritaria a ese medio de comunicación con unas audiencias ridículas. ¿Los propios trabajadores? Yo haría distinciones, hubo trabajadores que alzaron su voz y fueron ninguneados, apartados y despedidos, y estuvieron solos, ya que muchos de los que ahora claman contra el cierre y demandan la solidaridad de la sociedad valenciana fueron los mismos que dejaron en la estacada a sus compañeros.

Aunque siempre he sintonizado Canal 9 y Radio 9 en mi tele y radio, reconozco que desde hace muchísimos años no las siento como algo propio. Las veo como algo lejano y trasnochado, algo que denigra la lengua propia y que no vertebra territorio –a ver si alguien me explica cómo vertebra una nevada en Morella o que un agricultor de Alicante ha logrado recolectar una calabaza de 30 kilos-.

¿De verdad queremos mantener un medio de comunicación público de estas características? Si mantener ese medio va a significar dejar lo que tenemos sin cambiar nada, o casi nada, honestamente prefiero que lo cierren. Si, por el contrario, me dicen que a pesar de no cerrarlo va a haber un cambio de modelo, con unos servicios informativos con un alto grado de independencia, con una programación de calidad y diferenciada, que vertebre el territorio de verdad y que tenga el valenciano como seña de identidad, entonces desde aquí digo que no lo cierren. ¿Ustedes qué piensan?

Raúl Tárrega Moya | Periodista | @RaulTarrega | Creador del blog "Desde mi Butaca"

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